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jueves, 12 de junio de 2008

EL GENOCIDA -- Steven Utley

EL GENOCIDA

Steven Utley







Las máquinas produjeron un gorjeo adormecedor a su alrededor, como si quisieran llevarle suavemente a la muerte.

Aspiró por segunda vez, con más aspereza, combatiendo así el sueño y el frío del sarcófago. Se revolvió, movió los brazos y gritó sin palabras cuando el dolor estalló en unas articulaciones que parecían haberse convertido en madera podrida.

¿Ha terminado? ¿Puedo levantarme ahora?

El zumbido de las máquinas cambió de tono. Las agujas se deslizaron fuera de sus brazos, cuello y abdomen. Los electrodos dejaron de presionar suavemente sus sienes, pecho, ingles, muñecas y muslos. Los tubos de plástico y las espirales de conductor aislado se retiraron a cavidades situadas en los laterales del ataúd. Las máquinas se acallaron.

Silencio en el sarcófago, en la cripta, en el mundo de los muertos.

Succionó aire y preguntó con voz terrible:

- ¿Hay alguien ahí?

Pero él sabía que no habría respuesta.



Elisan van Dijck hizo opaca la ventana, ocultando la noche, y se volvió para encararse con su invitada.

Bárbara Jorde cruzó los brazos y meneó la cabeza sin dejar de mirar a Elisan. Su expresión era irónica.

- En realidad no te gusta mirar las estrellas, ¿eh?

- Puedo tomarlas o dejarlas - contestó Van Dijck con aire de indiferencia.

- Deberías ser procesador de alimentos en Dallas-Fort Worth. Ni siquiera tienen ventanas que cerrar cuando se pone el sol. Viven y trabajan bajo tierra. Si alguna vez salen al aire libre es en las tardes de domingo, con sus familias.

- No tengo madera de astronauta, supongo. - Cruzó la sala de estar y se sentó junto a Bárbara -. En realidad, creo que el problema es que vuelvo a casa enfermo de tanto ver estrellas. Me recuerdan el trabajo.

- ¡Oh, es eso! - Bárbara alzó una ceja en señal de mofa -. ¿Debo imaginar, tras esa observación, que no me invitaste a cenar por motivos de trabajo? ¿Que, en vez de eso, me has traído aquí con la idea de seducirme vilmente?

- ¿Qué diablos estás diciendo?

- Lees pocos libros antiguos, mi querido Elisan - contestó Bárbara, riéndose -. Hace un mes descubrí la literatura victoriana. Si deseas estudiar una cultura alienígena, constrúyete una máquina del tiempo y trasládate a 1880. Aquella gente tenía algunas ideas fantásticas.

Elisan gruñó evasivamente.

- La gente sigue teniendo ideas fantásticas.

- ¡Ah, ah! - Bárbara extendió una mano para coger su vaso -. El timbre de alarma acaba de sonar en mi cabeza. El tono de tu voz me dice que se ha acabado el tiempo para los buenos modales de sobremesa.

- Exacto. Es la hora de desahogar el alma.

- ¿Debo grabarlo? - El dedo índice de la mano derecha de Bárbara revoloteó sobre un disco plateado del tamaño de una moneda dispuesto en el oscuro metal que rodeaba la muñeca izquierda de la mujer.

- No hace falta, de verdad. Ya sabes casi todo lo que voy a decirte.

- Muy bien. - Bárbara se recostó -. Adelante.

- Es ese lío de Tau Ceti. La forma en que la gente ha reaccionado. Tumultos en cuanto se divulgaron las noticias. Dos atentados contra mi vida. - Resopló con evidente enfado -. Es una locura, Bárbara. Todo el mundo va por ahí asustado. Todos excepto tú y yo, algunos que no contarán demasiado cuando los que hacen la política decidan cómo tratar con... ellos.

- El término popular para ellos - musitó Bárbara - es Taw. T-A-W. Los periodistas serían incapaces de deletrearlo.

- Estoy hablando en serio.

- Lo sé. Discúlpame.

Elisan la miró con aire de abatimiento.

- El miedo se extiende a niveles impensables. Volví a hablar esta mañana con Simons y los demás y todavía se muestran más irracionales que la semana pasada. No han perdido de vista a sus electores. Ellos mismos se han contagiado del miedo. El último término, el resultado es éste: no desean que los Taw estén allí. Odian la sola idea de que exista otra civilización, aun cuando sea tecnológicamente inferior, aunque esté prácticamente al mismo nivel que la Tierra.

- Los seres humanos siempre han tenido miedo ante un nivel de inteligencia no humana que se aproxime al suyo.

- Ah, ah. - Elisan se puso de pie bruscamente y empezó a pasear por la sala sin propósito alguno -. Y siempre han hecho algo al respecto. Aniquilaron las grandes ballenas en la década de 1980. Los gorilas en la de 1990. Los delfines se extinguieron hacia 2020. El último chimpancé murió algo más tarde, aquel mismo siglo. Eran animales, Bárbara. No representaban ninguna amenaza para la humanidad. Pero la idea de que eran seres conscientes hasta un cierto punto, con capacidad para razonar, para aprender... Fue la idea lo que asustó a todo el mundo, y la gente decidió resueltamente apretar las clavijas a las especies de ballenas y primates, a reducirlas por debajo del nivel necesario para la supervivencia de la especie. Un problema simple: no promulgar las leyes adecuadas o no hacerlas cumplir.

Bárbara se puso muy sería y manoseó la tela de su chaqueta.

- No sé si la analogía que tratas de establecer puede sostenerse. Las ballenas y los monos eran incapaces de defenderse. Los Taw pueden hacerlo.

- Sólo en las inmediaciones de su planeta. Podrían detener todo lo que les viniera encima. Disponen del equipo preciso para ello. Pero todavía no son una raza interestelar. Apenas han iniciado el viaje interplanetario. No seria difícil mantenerles acorralados en su planeta. Pero tengo la triste sensación de que incluso esto, por muy malo que sea, no bastaría para satisfacer a la gente. Mientras los Taw sigan allí, los seres humanos se sentirán intimidados. Xenofobia, así de sencillo.

- Es algo que se remonta a épocas antiquísimas - dijo Bárbara en voz baja -. Sí, hasta el pleistoceno. En orden de importancia descendente, te cuidabas del número uno, de tu familia más cercana, de tu tribu. Los demás eran caza no vedada. Muerte a los extranjeros.

- Eso se remonta al pleistoceno, Bárbara - recalcó Elisan, que se había hundido en un sillón y tenía los ojos cerrados.

- No.

Había algo en la forma en que ella pronunció la última palabra impulsó a Elisan a mirar a Bárbara Jorde. Era una mujer vigorosa, de mediana estatura, ojos hundidos color castaño, labios expresivos y un cabello cortado al rape que sólo en las sienes empezaba a mostrarse con claridad. El siempre la había considerado como una persona atractiva.

Pero en aquel momento, de repente, insospechadamente, ella le pareció más agotada de lo que él creía. El aspecto de Bárbara reflejaba envejecimiento y tristeza.

Bárbara esbozó una sonrisa al advertir que Elisan estaba contemplándola.

- ¿Ves mucha holotelevisión?

- ¿Qué quieres decir? - Elisan parpadeó, confundido por la pregunta.

- Lo que he dicho, nada más que eso. ¿Ves mucha holotelevisión? No las noticias. Los programas recreativos. El... sustento de las masas.

- No.

- Deberías hacerlo. Sí, deberías hacerlo. No has pasado mucho más de quince meses en la Tierra durante la última década. Si dedicaras un día a ver los programas tendrías penosas impresiones sobre lo que está sucediendo aquí en realidad. Los noticieros son tendenciosos, claramente tendenciosos. Pero también son muy sutiles, hasta el punto de disimular su mensaje en el material que las cadenas de televisión vierten en el silo donde viven los procesadores de alimentos, los operadores de los extrusores y la gente. Analiza esos programas. Lo verás en flameantes letras de imprenta de seis metros de altura. Quedaos en casa. Preocupaos de vuestros asuntos. Vivid apartados. No os relacionéis con personas que no conozcáis. - Bárbara suspiró de fastidio -. Los preceptos que supuestamente permiten vivir sin problemas.

- Pero ¿por qué?

- Sirve para tener una ciudadanía observante de la ley. Sirve para lograr un depresivo tipo de paz. - Bárbara se mordió el labio inferior por un instante -. Para que esta paz se tambalee hace falta algo como tu regreso a la Tierra para anunciar que existe una civilización avanzada en un planeta que circunda Tau Ceti. Ergo, alborotos públicos y dos intentos de matar al mensajero que trajo las malas noticias. Los hogareños han visto cómo el universo se derrumbaba ante sus narices y están resentidos a más no poder.

Elisan examinó sus manos: todavía muy bronceadas como resultado de seis meses de exposición a la luz de Tau Ceti.

Manos que habían tocado rostros extraterrestres.

Los trípedos TAW se erguían a mucho más de dos metros de altura. Altos, delgados como una tubería, revestidos de pies a cabeza en negro, gris o azul, dejando al descubierto sus caras blancas y triangulares y sus manos en forma de garra, los Taw le habían recordado al principio ciertos insectos predatorios. Su modo de andar, pausado y de movimientos rígidos, realzaba su imagen de enormes insectos de color oscuro.

Pero le habían dejado descender de la nave exploradora y hollar su mundo. Le habían permitido mezclarse con ellos. Habían sido sus anfitriones durante seis meses, y en ese tiempo Elisan había aprendido varios de sus idiomas, probado sus comidas, asistido a diversas ceremonias religiosas, grabado su música, filmado películas de sus obras de arte, sus edificios, sus actividades cotidianas... Le habían dejado visitar una incubadora Taw. Le habían permitido efectuar la disección de un cadáver Taw. Y puesto que no eran ingenuos, puesto que sentían recelo de seres sensibles de otros mundos, los Taw le habían ofrecido una pequeña demostración, amistosa e informativa, de su capacidad para defender el planeta. Y Elisan se había impresionado.

- Acabarás por despedirme - dijo Bárbara, interrumpiendo bruscamente el ensueño de Elisan.

- ¿Despedirte? ¿Por qué iba a hacer tal cosa?

- Esta noche no estoy siendo muy buena confesora. - Sonrió lánguidamente -. No he logrado que te sintieras mejor.

- Claro que lo has logrado. - Elisan se puso de pie -. Me dijiste que preparo un excelente stroganoff. ¿Te sirvo otro trago?

Bárbara consultó su reloj.

- Será mejor que no. La doctora Kalenterides va a contarme sus penas a medianoche y no puedo presentarme bebida. Ella me obligará a fumar en su compañía. Siempre lo hace.

- Uno de los riesgos de tu profesión, Bárbara...

- Kalenterides lo considera esencial para establecer una relación. - Bárbara esbozó una sonrisa de asco -. Pero en realidad sólo sirve para que ella farfulle sus palabras y tenga el valor suficiente para ponerme la mano en la rodilla. Bien, ¿algo más que contarme?

- No, esta noche no. - Dijo a Bárbara mientras se levantaba. Ya no parecía una mujer triste o envejecida - Más adelante, quizá esta misma semana. Después de que tenga alguna pelea más con Simons.

- Mi consuelo a sueldo estará siempre a tu disposición, querido.

Elisan la acompañó a la puerta. Se abrazaron y besaron mutuamente en el cuello, bajo el lóbulo de la oreja.

En cuanto Bárbara salió, Elisan conectó su hológrafo, que usaba raramente, y vio dos horas y media de programas «recreativos».

Aquella noche durmió muy mal.



Después de descansar y recuperar fuerzas durante un tiempo que pareció de varias horas, se incorporó en el sarcófago. La sala era una simple caja metálica, iluminada por medios poco evidentes. El lugar reflejaba tanta asepsia como cuando había entrado allí.

¿Cuánto tiempo hacía?

Salió torpemente del ataúd y se tumbó, al lado. Jadeante, sintió en su piel la frialdad y tersura del lustroso material grisáceo que formaba el suelo.

Dos líneas paralelas verticales, separadas cuarenta centímetros y de tres metros de largo, aparecieron en la superficie de la pared más próxima. La puerta se abrió sin producir sonido alguno y una suave brisa levantó una nubecilla de ceniza blanca en la cripta.



Geoff Simons, presidente del Consejo Espacial, un hombre moreno, grueso y repelente, frunció los labios por un momento en un gesto de agresividad.

- Señor Van Dijck - dijo -, creo que haré mejor advirtiéndole que algunos miembros de este consejo son de la firme opinión de que usted no debería participar en la segunda expedición a Tau Ceti. Esas personas piensan que usted no puede hacer nuevas contribuciones.

Elisan contuvo un suspiro de enojo.

- Con el debido respeto a las opiniones de esas personas - dijo -, debo recordar al consejo que la unidad expedicionaria sólo aterrizará si yo logro convencer a los Taw para que lo permitan. Los Taw me aceptan como representante ante la Tierra. Mi instrucción como explorador me preparó para las tareas de portavoz y yo...

- Señor Van Dijck - interrumpió Elana Snead con voz suave -. Debo hacerle observar que usted concluyó su instrucción en 2197, cuando la naturaleza de las exociencias era extremadamente teórica. Usted ha pasado casi la totalidad de los treinta años transcurridos desde entonces lejos de la Tierra. No sería mala idea que efectuara un curso de reorientación.

- Para ponerme al día con respecto a las actitudes actuales, supongo.

- El sarcasmo está fuera de lugar aquí - dijo bruscamente Simons.

- La señora Snead pretende decirle que su visión del mundo es bastante anticuada - intervino una mujer de facciones suaves a la que Elisan reconoció como la reservada Alexandra Navratilova -. Usted no acaba de comprender por entero las implicaciones de su descubrimiento. Aunque, de hecho, fuimos nosotros los que cometimos el grave error de permitirle anunciar en público la existencia de la civilización de Tau Ceti. Si hubiéramos ocultado la noticia, habría sido más fácil tratar este problema.

- Porque, por supuesto, hay que hacer algo con los Taw. - Elisan aspiró profundamente, de modo sibilante. Los diez miembros del consejo le contemplaron con ojos apagados -. ¿Por qué tenemos que hacer algo con los Taw? Con toda modestia, mi descubrimiento de los Taw fue el hecho más importante en toda la historia de la raza humana. Hemos encontrado a nuestros vecinos del espacio exterior. Ya no estamos solos. Y nuestra civilización tiene mucho que ganar si aceptamos la de ellos. El...

Elana Snead soltó un sonoro gruñido.

- Ya hemos escuchado varias veces esa conmovedora disertación, señor Van Dijck. Pero ¿acaso no es un hecho científico demostrado que dos especies no pueden ocupar el mismo... nicho ecológico simultáneamente? ¿Y no es un hecho que los Taw no sólo poseen armas avanzadas tan complejas como las nuestras, sino que además se hallan a menos de cien años de disponer de unidades propulsoras más rápidas que la luz?

- El universo es un lugar enorme, señora Snead. - Y Elisan añadió para sí: Y usted lo sabría si hubiera movido el culo de esa silla y...

- Puede ser - dijo Geoff Simons -. Pero de pronto, parece ser que nuestro rincón particular está algo atestado.

- El enfrentamiento armado es inevitable - afirmó Elizabeth Dyer.

- ¡No! ¡Esa forma de pensar es prehistórica!

- No sea ingenuo - refunfuñó Stephen Pedecaris -. Limitados a sus propios recursos, los Taw no tendrán más remedio que iniciar la invasión de nuestro territorio - «Dios te maldiga.» Elisan apretó el puño contra su frente, conteniendo así la necesidad apremiante de gritar «Dios te maldiga.»

- Si es realmente esencial que usted vaya al frente de la segunda expedición - dijo Snead -, no lo es menos que actúe de acuerdo con nuestros términos. Los Taw representan una amenaza más grave de lo que usted parece creer...

Y así continuaron las cosas durante todas las reuniones que Elisan van Dijck sostuvo con aquella gente, hasta que finalmente, cuando los del consejo se cansaron de tratar de convencerle sobre lo erróneos que eran sus criterios, le atraparon y... le cambiaron. Elisan se acostó con una mujer una noche, se quedó dormido y, al despertar, se encontró en el compartimiento criogénico del acorazado terrestre Antwerp, a treinta millones de kilómetros del planeta de los Taw. Y no vio en ello nada extraño.



Salió de la cripta al cálido mediodía de Tau Ceti y se encontró en un amplio patio flanqueado por edificios cónicos del color del jade.

Un arrugado pellejo blanco yacía sobre el pavimento a seis metros de distancia. El ser de la cripta se aproximó dando tumbos, se arrodilló y contempló las vacías cuencas de los ojos. La boca estaba abierta, paralizada en una mueca de dolor. Los dientes, azulados y finos como una aguja, se encontraban cubiertos de polvo.

El hombre del sarcófago tocó la áspera cara disecada y sintió que las lágrimas aparecían en sus ojos.

De modo espontáneo, las palabras empezaron a dar vueltas en su cabeza. Los Taw precisan el contacto físico. Son incapaces de conservar sin grandes dosis de estimulación táctil por parte de todo individuo interesado. A veces ni siquiera se preocupan por hablar, ya que su repertorio de toques y gestos se acerca al nivel de un lenguaje de signos. El contacto corporal es importante para ellos hasta un grado desconocido entre...

Hizo la señal de pesadumbre sobre la cara del muerto.

Tocó suavemente la frente: tú permaneces en el centro de mi aprecio.

Tocó la estrecha hoja que era el abdomen: tus preocupaciones y las mías son las mismas.

Ocultó en sus manos el saliente de la mandíbula:

vuelve a nosotros con todos los miembros de tu familia.

Se sentó junto al cadáver y no volvió a moverse hasta que terminó de llorar. Tras la aflicción llegó la cólera.



Después de que Elisan van Dijck, sutilmente cambiado, sufriera la descongelación... después de que descendiera del Antwerp y pasara la descontaminación rutinaria efectuada por sus anfitriones extraterrestres... después de que se mezclara entre ellos, tocara sus cuerpos finos como pértigas y compartiera su comida... los Taw empezaron a enfermar y morir. Eran una raza movediza y esparcieron la infección por toda la faz del planeta antes de conocer su existencia.

Al cabo de sesenta latidos de un corazón humano desde el momento en que los Taw relacionaron la plaga con Elisan, éste se encontró encerrado en una cubierta de cierta sustancia transparente y gelatinosa mientras ellos introducían en su cuerpo una aguja invisible.

Veinte latidos de corazón más tarde, un hemisferio entero abrió fuego sobre el Antwerp, que orbitaba el planeta a seis mil kilómetros de altura. Las pantallas protectoras del acorazado se derrumbaron un microsegundo antes de que la misma nave se convirtiera en una efímera nube de niebla.

Sometido a la aguja, el tejido de la mente de Elisan van Dijck se dividió tan fácilmente como una tela de araña. Las construcciones levantadas en su cabeza, los muros erigidos en ella, los cambios efectuados... todo se esfumó. Fue como sumergir en agua la hoja de un cuchillo, como meter un dedo en polvo abundante y blando.

Elisan se estremeció en su cubierta de gelatina, que distorsionaba las imágenes de los Taw y daba a sus voces un tenue tono gutural.

»No podemos hacerte responsable de lo sucedido, le dijeron. Hemos sido envenenados por tu contacto, pero lo que te hicieron los miembros de tu raza fue sin tu consentimiento o conocimiento.

»En el caso de que logremos encontrar una cura para nosotros, trataremos de ayudarte. Dormirás hasta que averigüemos cómo eliminar la muerte de tu carne.

»Si fracasamos, si morimos, y en este punto uno de los Taw mostró un objeto ovoide no mayor que un guisante, dormirás hasta que vengan más de los tuyos.

»Nuestras máquinas advertirán su presencia, les permitirán aterrizar y tú despertarás.

»Ve a su encuentro cuando lleguen. Muéstrales lo que han hecho.

»Los Taw introdujeron en la gelatina, en la carne de Elisan, el objeto ovoide. El humano sintió su frialdad mientras penetraba.

»Tus preocupaciones y las nuestras son las mismas.

Hicieron la señal de pesadumbre.



Paseó por la ciudad de los Taw, hacia los campos de aterrizaje que había más allá de ella, y mientras andaba, eludiendo pellejos desecados, levantando nubes de ceniza blanca a cada paso que daba, observó la primera nave de enlace terrestre que descendía en el cielo.

Le encontrarían, sabrían quién era y un buen número de ellos, estaba convencido, desearían estrechar su mano o abrazarle.

Palpó una protuberancia, dura y deslizante, incrustada en la piel por debajo del esternón, y algo parecido a una sonrisa se esbozó en sus labios. Al genocidio pueden jugar dos.



FIN

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