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lunes, 25 de octubre de 2010

TODO LO QUE AMAS TE SERÁ ARREBATADO.







Stephen King
TODO LO QUE AMAS TE SERÁ ARREBATADO.

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Era el Motel 6 en la Interestatal 80 (I-80), justo al oeste de Lincoln, Nebraska. La nevada que
había empezado a media tarde, había descolorido la virulenta señal amarilla, a una tonalidad
pastel más amable, como la luz desvaneciéndose en un crepúsculo de Enero. El viento estaba
cerrándose con esa calidad de amplificación vacía que uno sólo encuentra en la monótona
parte central del país, normalmente en época invernal. Eso sólo significaba nada más que
molestias ahora, pero si la gran nevada llegaba esta noche - los pronosticadores del tiempo no
podían tomar una determinación, al parecer - entonces, la interestatal sería cerrada por la
mañana. Eso no era nada para Alfie Zimmer.
Recibió su llave de un hombre con chaleco rojo, continuó conduciendo, hacia el extremo del
largo bloque gris de hormigón. Había estado vendiendo en el Medio Oeste durante veinte años,
y había formulado cuatro reglas básicas para asegurar el resto de su noche. Primero, siempre
reserva por adelantado. Segundo, reserva en un motel de franquicia si es posible - tu Holiday
Inn, tu Ramada Inn, tu Comfort Inn, tu Motel 6. Tercero, siempre pide un cuarto en el
extremo. De esa manera, lo peor que puedes tener es sólo un grupo de vecinos ruidosos.
Último, pide un cuarto que empiece con un uno. Alfie tenía cuarenta y cuatro años, demasiado
viejo para ser un maldito camionero que levanta prostitutas, comer bistecs de pollo frito, o
arrastrar su equipaje escaleras arriba. En estos días, los cuartos en el primer piso eran
normalmente reservados para los no fumadores. Alfie los alquilaba y sin embargo fumaba.
Alguien había tomado el espacio frente al Cuarto 190. Todos los espacios a lo largo del edificio
estaban ocupados. Alfie no estaba sorprendido. Podrías hacer una reservación, garantizarla,
pero si llegabas tarde (tarde en un día como este era pasando las 4 PM), tenías que estacionar
y caminar. Los automóviles correspondientes a los pájaros tempraneros estaban agrupados en
una larga línea junto al bloque gris de hormigón, y a las brillantes puertas amarillas, sus
ventanas ya estaban cubiertas con una capa de nieve ligera.
Alfie condujo, dobló en la esquina y estacionó con la nariz de su Chevrolet apuntada a la
extensión blanca del campo de algún granjero, oscureciéndose en el gris del final del día. En el
límite más lejano de la visión, podía ver brillar las luces de una granja. Allí dentro, ellos
estarían resguardados. Aquí fuera, el viento soplaba lo suficiente fuerte para mecer el
automóvil. La nieve se deslizó más allá, haciendo desaparecer las luces de la granja por unos
momentos.
Alfie era un hombre grande con una cara florida y la ruidosa respiración de un fumador. Vestía
un sobretodo, porque cuando estabas vendiendo eso era lo que a las personas les gustaba ver.
No una chaqueta. Los tenderos vendían a la gente vistiendo chaquetas y gorras John Deere, y
la gente no les compraba. La llave del cuarto yacía sobre el asiento su lado. Esta estaba atada
a un diamante de plástico verde. La llave era una llave real, no una tarjeta magnética. En la
radio, Clint Black estaba cantando "Nothin' but the Tail Lights." Era una canción country.
Lincoln ahora tenía una emisora FM de rock, pero la música rock-n-roll no le parecía adecuada
a Alfie. No ahí afuera, donde si cambiabas a la banda de AM, aún podías oír a viejos hombres
enfadados invocando el fuego infernal.
Apagó el motor, puso la llave del 190 en su bolsillo, y verificó para asegurarse que todavía
tenía allí su cuaderno, también. Su viejo compañero.
"Salven a los judíos rusos," dijo, recordándose a sí mismo. "Gane fabulosos premios."
Salió del automóvil y una ráfaga de viento lo golpeó fuerte, meciéndolo sobre sus talones,
flameando sus pantalones alrededor de sus piernas, haciéndolo reír con la agitada risa del
fumador sorprendido.
Sus muestras estaban en el maletero, pero no las necesitaría esta noche.
No, ésta noche no, en absoluto. Sacó su maleta y su portafolios del asiento trasero, cerró la
puerta, luego apretó el botón negro de su llavero electrónico. Ese aseguraba todas las puertas.
El rojo encendía una alarma, lo que se suponía que usabas si ibas a ser asaltado. Alfie nunca
había sido asaltado. Supuso que algunos pocos vendedores de comidas gourmet lo eran, sobre
todo, en esta parte del país. Había un mercado de comidas gourmet en Nebraska, Iowa,
Oklahoma, y Kansas; incluso en las Dakotas, aunque muchos quizá no lo creerían. A Alfie le
había ido bastante bien, especialmente durante los últimos dos años, cuando consiguió conocer
los más profundos reveses del mercado - pero éste nunca iba a igualar el mercado para,
digamos, fertilizantes. Qué él aún podía oler, incluso ahora, en el viento invernal que le
congelaba las mejillas y las tornaba a una tonalidad más oscura de rojo.
Se mantuvo de pie donde estaba durante un momento más, esperando que el viento
amainara. Lo hizo, y pudo ver brillar de nuevo las luces de la granja. Y era posible que tras
esas luces, la esposa de algún granjero estuviera, incluso ahora, calentando una olla de Sopa
Cottager de guisantes o quizá el pastel para el horno microondas Cottager Shepherd's o Pollo
Francés? Lo era. Era tan posible como el infierno. Mientras, su marido miraba las primeras
noticias, descalzo, con los pies en calcetines sobre un almohadón, y en el piso de arriba, su
hijo jugando un juego de vídeo en su GameCube, y su hija sentada en la tina, con su mentón
hundido en fragantes burbujas, su pelo atado con una cinta, leyendo "El Compás Dorado" por
Philip Pullman, o quizás uno de los libros de Harry Potter, que eran los favoritos de la hija de
Alfie, Carlene.
Todo eso sucediendo tras las brillantes luces, la conexión universal de alguna familia girando
fácilmente en su enchufe, pero entre ellos y el borde de este estacionamiento había una milla
y media de campo llano y blanco, en la declinante luz de un cielo bajo, agonizando con la
estación.
Alfie se imaginó brevemente caminando dentro de ese campo, con sus zapatos de ciudad, su
portafolio en una mano y su maleta en la otra, labrando su rumbo a través de los surcos
helados, llegando finalmente, tocando a la puerta; la puerta se abriría y olería sopa de
guisantes, aquel buen y sano olor, y oiría al meteorólogo de la KETV en el otro cuarto diciendo
"Pero ahora mirad este sistema de baja presión viniendo justo encima de las Montañas
Rocosas”.
¿Y qué le diría Alfie a la esposa del granjero? Qué sólo se dejó caer por ahí para cenar? ¿Le
aconsejaría él que salvara a los judíos rusos, que ganara valiosos premios? ¿Comenzaría
diciendo, "Señora, según por lo menos una fuente que yo he leído recientemente, todo lo que
amas te será arrebatado?" Ésa sería una buena manera de abrir conversación, seguro que a la
esposa del granjero le interesaría el caminante extraño que simplemente había atravesado el
campo este de su marido para golpear en su puerta. Y cuando ella lo invitara a pasar, para
contarle más, él podría abrir su portafolio y darle un par de sus libros de muestra, contándole
que una vez que ella descubriera la marca Cottager de delicadezas gourmet para servir
rápidamente, casi con seguridad le gustaría seguir a los placeres más sofisticados de Ma Mère.
¿Y, a propósito, había probado ella el caviar? Muchos lo habían hecho. Incluso en Nebraska.
Congelándose. De pié aquí y congelándose.
Dejó atrás el campo y las brillantes luces en el extremo lejano y caminó al motel, moviéndose
con cuidadosos pasos cortos de modo que no se fuera de culo. Lo había hecho antes, Dios lo
sabía.
Oooops! en cincuenta estacionamientos de moteles. Le había pasado en la mayoría de estos
antes, de hecho, y supuso que eso era al menos parte del problema. Había un saliente, para
que él pudiera salir de la nieve.
Había una máquina de Coca-cola con una señal que decía "USE CAMBIO EXACTO". Había una
máquina de hielo y una máquina de golosinas con barras de caramelo y varios tipos de papas
fritas, detrás de tirabuzones de metal parecidos a los de somieres. No había señal de CAMBIO
EXACTO en la máquina de golosinas. Desde el cuarto a la izquierda del suyo, en el que
pretendía suicidarse, Alfie podía oír las primeras noticias, pero sonarían mejor en aquella
lejana granja, estaba seguro de eso. El viento retumbaba. La nieve se arremolinó alrededor de
sus zapatos de ciudad, y entonces Alfie se permitió entrar en su cuarto. El interruptor de la luz
estaba a la izquierda. Lo encendió y cerró la puerta.
Conocía el cuarto; era el cuarto de sus sueños. Era convencional. Las paredes eran blancas. En
una había un cuadro de un muchacho pequeño con un sombrero de paja, dormido con una
caña de pescar en la mano. Había una alfombra verde en el suelo, de un cuarto de pulgada de
algún material esencialmente sintético. Ahora mismo hacía frío aquí, pero cuando oprimiera el
botón para encender la calefacción en el tablero de mando del ‘Climatron’ bajo la ventana, el
lugar se caldearía rápidamente. Se pondría caluroso probablemente. Un tocador corría a lo
largo de una pared. Había una TV sobre él. Sobre la TV había un cartoncillo con la leyenda
PELÍCULAS PULSANDO UN BOTÓN! impreso en él.
Había camas dobles gemelas, cada una cubierta con luminosos cobertores dorados que habían
sido colocados bajo las almohadas y luego los habían deslizado sobre ellas, de tal manera, que
las almohadas parecían cadáveres de infantes. Había una mesa entre las camas con una Biblia
Gideon, una guía de canales de televisión, y un teléfono del color de carne en ella. Más allá de
la segunda cama estaba la puerta que daba al baño. Cuando encendías la luz allí, el ventilador
se activaba, también. Si querías luz, también tenías ventilación. No había manera de evitarlo.
La luz en sí era fluorescente, con fantasmas de moscas muertas dentro. En el mueble a un
costado del lavabo había una hornilla y una olla eléctrica Proctor-Silex y paquetes pequeños de
café instantáneo. Había un cierto olor aquí, mezcla de un poco del áspero líquido de limpieza y
del moho en la cortina de la ducha. Alfie los conocía todos. Había soñado con todo aquello
hasta lo de la alfombra verde, pero eso no era ningún logro, era un sueño fácil. Pensó
encender la estufa, pero ésta traquetearía, también, y, además, ¿cuál era el punto?
Alfie desabotonó su sobretodo y puso su maleta al pie de la cama más próxima al baño. Puso
su portafolios sobre el cobertor dorado. Se sentó, con los lados de su sobretodo colgando hacia
afuera, como la falda de un vestido. Abrió el portafolios, hojeando a través de varios folletos,
catálogos, y hojas de pedido; Finalmente encontró el arma. Era un revólver Smith & Wesson,
calibre .38. Lo puso sobre las almohadas, en la cabecera de la cama.
Encendió un cigarrillo, atrajo el teléfono, entonces recordó su cuaderno. Metió la mano en el
bolsillo derecho de su saco, y lo tomó. Era viejo, de espiral, comprado por un dólar cuarenta y
nueve en la sección papelería de algún "cinco-y-diez centavos" olvidado, en Omaha o en
Ciudad Sioux o quizá en Jubilee, Kansas. La tapa estaba arrugada y casi completamente ajena
a cualquier escritura que pudiese haber llevado alguna vez. Algunas de las páginas se habían
arrancado parcialmente, libres del rollo de metal que servía como pasta del cuaderno, pero
aún estaban todas allí. Alfie había estado llevando este cuaderno durante casi siete años,
incluso desde los días en que vendía lectoras de códigos de Productos Universales para
Simonex.
Había un cenicero en el estante bajo el teléfono. Ahí fuera, algunos de los cuartos de motel
aún venían con ceniceros, incluso en el primer piso. Alfie lo pescó, puso su cigarro en la
ranura, y abrió su cuaderno. Hojeó a través de páginas escritas con cien plumas diferentes (y
unos lápices), haciendo una pausa para leer un par de anotaciones. En una leyó: "Le chupé la
polla a Jim Morrison, con mi fruncida boca de muchacho (Lawrence, Kansas)". Los baños
estaban llenos con graffitis homosexuales, la mayoría pesados y repetitivos, pero " fruncida
boca de muchacho" era bastante bueno. Otro era "Albert Gore, de mis putas la mejor (Murdo,
Dakota del Sur)".
La última página, a tres cuartas partes del cuaderno, tenía simplemente dos anotaciones. "No
mastiques el chicle Trojan, sabe exactamente a caucho (Avoca, Iowa)". Y: “Mierdilla amiguilla,
saliste flojiya (Papillion, Nebraska)". Alfie estaba enloquecido con éste. Algo sobre las
terminaciones "-lla, -lla" y luego, zaz, tenías la “ya." Podría no ser más que el error de un
analfabeto (estaba seguro que esa sería la opinión de Maura) pero ¿por qué pensar así? ¿Qué
tan divertido era eso? No, Alfie prefería (incluso ahora) creer que "-lla, -lla"... espera por
esto... "-ya", era una construcción intencional. Algo furtivo pero juguetón, con la percepción de
un poema de E. E. Cummings.
Rebuscó entre las cosas del bolsillo interior de su abrigo, sintiendo papeles, un viejo boleto de
peaje, una botella de píldoras - que había dejado de tomar - y finalmente, encontró la pluma
que siempre se escondía entre la basura. Era hora de anotar los hallazgos de hoy. Dos buenos,
ambos de la misma área de descanso, uno sobre el urinario que había usado, el otro escrito
con un punzón en el estuche de mapas al lado de la máquina Hav-A-Bite (Golosinas, que en
opinión de Alfie, vendía una línea de producto superior, que por alguna razón habían sido
eliminados en las áreas de descanso de la I-80, aproximadamente hacía cuatro años.) Por
estos días, Alfie a veces viajaba dos semanas y tres mil millas sin encontrar nada nuevo, o
incluso una variación viable de algo viejo. Ahora, dos en un día. Dos en el último día. Como
una suerte de presagio.
Su pluma tenía COMIDAS COTTAGER EL BUEN PRODUCTO! escrito en letras doradas a lo largo
del barril, al lado del logotipo, una choza de paja con humo saliendo de la extravagantemente
torcida chimenea.
Sentado allí en la cama, todavía en su sobretodo, Alfie se inclinó pensativamente sobre el viejo
cuaderno para que su sombra cayera en la página. Debajo de "No mastiques el chicle Trojan" y
"Mierdilla, amiguilla, saliste flojiya", Alfie agregó "Salve a los judíos rusos, gane fabulosos
premios (Walton, Nebraska)" y "Todo lo que amas te será arrebatado (Walton, Nebraska)".
Vaciló. Raramente agregaba notas, le gustaba que sus hallazgos permanecieran inmutables.
La explicación tornaba lo exótico en mundano (o eso es lo que había llegado a creer; en los
primeros años había anotado mucho más libremente), pero de vez en cuando una nota a pie
de página aún parecía ser más ilustrativa que desmitificante.
Marcó con un asterisco la segunda anotación- "Todo lo que amas te será arrebatado (Walton,
Nebraska)". - trazó una línea de dos pulgadas sobre el fondo de la página, y escribió.* 1
Volvió a poner la pluma en su bolsillo, preguntándose por qué él o cualquiera, continuaría con
algo de esto, estando tan cerca de concluir con todo. No podía pensar en una sola respuesta.
Pero por supuesto, seguías respirando, también. No podías detenerlo sin una escabrosa
cirugía.
El viento corría en ráfagas afuera. Alfie miró brevemente hacia la ventana, donde la cortina
(también verde, pero una tonalidad diferente de la alfombra) había sido colocada. Si la abría,
podría ver cadenas de luz por encima de la Interestatal 80, cada faro luminoso marcando seres
vivos que corrían por la carretera. Luego miró hacia abajo, a su libro. Tenía intención de
hacerlo, en efecto.
Era solo que... bueno...
"Un respiro" dijo, y sonrió. Tomó su cigarro, sacándolo del cenicero, fumó, lo devolvió a la
ranura, y hojeó de nuevo a través del libro. Las anotaciones recordaban miles de paradas de
camiones y expendios de pollo a orillas del camino y áreas de descanso de carretera, de la
manera en que ciertas canciones en la radio pueden traer recuerdos específicos de un lugar,
un tiempo, de la persona con la que estabas, lo que estabas bebiendo, lo que estabas
pensando.
"Aquí estoy sentado, con el corazón destrozado, intenté cagar pero sólo he pedorreado". Todos
sabemos ese, pero aquí había una variación interesante proveniente de Bistecs Doble D en
Hooker, Oklahoma: "Aquí estoy sentado, no lo saco, intento cagar salsa de taco. Sé que voy
una bomba a tirar, sólo espero no explotar." Y desde Casey, Iowa, donde la SR 25 cruza la I-
80: "Mi madre me hizo puta." A lo que alguien había agregado en caligrafía muy diferente:
"¿Si yo proporciono el hilo, ella me haría una?".
Había empezado a coleccionarlos cuando vendía UPCs, anotando varios trozos de graffitis en el
cuaderno de espiral sin saber al principio por qué estaba haciéndolo. Simplemente eran
divertidos, o desconcertantes, o ambas cosas al mismo tiempo. Y así, poco a poco, se había
ido fascinando con estos mensajes de la interestatal, donde las únicas otras comunicaciones
parecían ser faros de automóvil sumergidos, cuando los pasabas bajo la lluvia, o quizá alguien
de mal humor insultándote con su dedo del medio levantado, cuando ibas por la senda
peatonal halando un penacho de nieve detrás de ti. Llegó a comprender gradualmente - o
quizás sólo era esperanza - que algo estaba sucediendo aquí. El ritmo estilo e. e. cummings
1 * “Para leer esto, debes además mirar hacia la rampa de salida a la carretera del área de descanso Walton, es decir la
partida de los transeúntes." (En el libro, ésta frase está puesta a modo de nota al pié, por ende, respeté ese formato).
del "mierdilla, amiguilla saliste flojiya" por ejemplo, o la rabia inarticulada del “1380 de la
Avenida Oriental mata a mi madre, TOMA SUS JOYAS."
O toma este viejo: "Aquí estoy sentado, los cachetes en la mano, pariendo otro tejano". El
ritmo, cuando lo considerabas, era extraño. No el yambo2, pero alguna rara fórmula de terceto
con la tensión en el tercero: "Aquí estoy sentado, los cachetes en la mano, pariendo otro
tejano". Es cierto, se estropeó un poco al final, pero eso sumó de algún modo a su
memorabilidad, le dio esa vuelta nemotécnica decisiva del final. Había pensado en muchas
ocasiones, que si él pudiera regresar a la escuela, tomaría algunos cursos, consiguiendo todo
ese adecuado material de pasos y métrica. Saber acerca de lo que estaba hablando en lugar
de correr en una cuerda floja de intuición. Todo lo que en realidad recordaba claramente de la
escuela era el pentámetro yámbico: "Ser o no ser, ésa es la cuestión." Él había visto eso en el
baño de hombres en la I-70, de hecho, a lo que alguien había agregado, "La pregunta real es
quién era tu padre, idiota".
Ahora, estos tercetos, cómo les decían ellos? ¿Eran intervalos?
No lo sabía. El hecho de que pudiera averiguarlo no parecía importante, pero podría
averiguarlo, sí. Era algo sobre lo que las personas daban clases; no era ningún gran secreto.
O toma esta variación, que Alfie también había visto cruzando el país: "En el cagadero, estoy
aquí sentado, pariendo de Maine un policía montado” Siempre era Maine, no importaba dónde
estabas, siempre era el policía estatal de Maine, y ¿por qué? Porque ningún otro estado
encajaría. Maine era el único de los cincuenta estados cuyo nombre consistía en una sola
sílaba. Y aún, de nuevo, estaba en tercetos: "En el cagadero, estoy aquí sentado".
Él había pensado en escribir un libro. Sólo uno pequeño. El primer título que se le había
ocurrido era "No mires aquí arriba, estás meando tus zapatos", pero no podías titular un libro
así. No, y tener la razonable esperanza de que alguien lo publicara para la venta en una
tienda, de todos modos. Y, además de, eso era ligero. Sin sustancia. Se había ido
convenciendo a lo largo de los años que algo estaba sucediendo aquí, y no era insustancial. El
título por el que se había decidido finalmente, era una adaptación de algo que había visto en el
retrete de un área de descanso en las afueras del Fuerte Scott, Kansas, en la Carretera 54.
"Yo Maté a Ted Bundy: El Código Secreto del Tránsito de las Carreteras de América." Por Alfred
Zimmer. Eso sonaba misterioso y ominoso, casi erudito. Pero no lo había hecho. Y aunque
había visto "Si yo proporciono el hilo, ella me haría una?" Agregado a "Mi madre me hizo puta"
a lo largo del país, él nunca había expuesto (al menos por escrito) sobre la notable carencia de
simpatía, de sensibilidad de "sólo vive con ello", de la respuesta. O qué hay sobre "Mammon3
es el Rey de New Jersey?" Cómo explicaría uno por qué New Jersey lo hacía cómico y el
nombre de algún otro estado probablemente no lo haría? El sólo intentarlo lo haría parecer
arrogante. Él era sólo un hombre insignificante, después de todo, con el trabajo de un hombre
insignificante. Él vendía cosas. Una línea de cenas heladas, actualmente.
Y ahora, por supuesto... ahora...
2 Pié de poesía griega y latina de dos sílabas, una breve y la otra larga.
3 Mammon: además de un nombre propio, también significa dinero en efectivo, búsqueda de riqueza, lucro, y/o
provecho económico. En el original dice: “Mammon is the King of New Jersey”.
Alfie dio otra profunda calada a su cigarrillo, lo aplastó, y llamó a casa. No esperaba encontrar
a Maura y no lo hizo. Era su propia voz grabada la que le contestó, acabando con el número de
su teléfono celular. Eso serviría de mucho; el teléfono celular estaba en el maletero del
Chevrolet, roto. Él nunca había tenido buena suerte con los aparatos.
Después de la señal dijo, "Hola, soy yo. Estoy en Lincoln. Está nevando. Recuerda la cacerola
que ibas a llevarle a mi madre. Estará esperándola. Y preguntó por los cupones de Red Ball. Sé
que piensas que está loca en ese aspecto, pero complácela, ¿de acuerdo? Es vieja. Dile a
Carlene que papá le manda saludos." Hizo una pausa, entonces por primera vez en
aproximadamente cinco años agregó "te amo."
Colgó, pensó en otro cigarrillo - no te preocupes por el cáncer pulmonar, no ahora - y se
decidió en contra de éste. Puso el cuaderno, abierto en la última página, al lado del teléfono.
Recogió el arma y sacó el cilindro. Totalmente cargado. Cerró el cilindro con un golpecito de su
muñeca, entonces deslizó el cañón corto en su boca. Sabía a aceite y a metal. Pensó: “Aquí
estoy sentado, a punto de relajarme, y planeo una puta bala tragarme” Sonrió abiertamente
alrededor del cañón. Era terrible. Nunca habría puesto eso en su libro.
Entonces, otro pensamiento se le ocurrió y volvió a poner el arma en su funda, sobre la
almohada, atrajo el teléfono de nuevo hacia él, y una vez más marcó el número de su casa.
Esperó por su voz recitando el inútil número del teléfono celular, entonces dijo, "yo de nuevo.
No te olvides de la cita de Rambo con el veterinario pasado mañana, ¿vale? También las tiras
sea-jerky por la noche. Realmente ayudan a sus caderas. Adiós."
Colgó y levantó el arma de nuevo. Antes de que pudiera poner el cañón en su boca, su mirada
cayó en el cuaderno. Frunció el entrecejo y soltó el arma. El libro estaba abierto en las últimas
cuatro anotaciones. Lo primero que vería quienquiera que respondiese al disparo sería su
cadáver, yaciendo sobre la cama más cercana al baño, su cabeza colgando y sangrando sobre
la alfombra verde. Lo segundo, sin embargo, sería el cuaderno de espiral, abierto en la última
página escrita.
Alfie imaginó a algún policía, algún policía montado estatal de Nebraska, que nunca había
escrito sobre alguna pared de baño, debido a la disciplina de la escansión, leyendo esas
anotaciones finales, quizá dirigiendo el viejo cuaderno estropeado hacia él con la punta de su
propia pluma. Leería las primeras tres anotaciones - "El chicle Trojan" "el mierdilla amiguilla",
"Salve a los judíos rusos" - y los desecharía como demenciales. Leería la última línea, "Todo lo
que amas te será arrebatado", y decidiría que el tipo muerto había recobrado un poco de
racionalidad al final, sólo lo suficiente para escribir una sensata nota de suicidio a mitad del
camino.
A Alfie no le gustó la idea de que las personas pensaran que estaba loco (un examen extenso
del libro, el cual contenía información como "Medger Evers está vivo y coleando en
Disneylandia", sólo confirmaría esa impresión). Él no estaba loco, y las cosas que había escrito
aquí a lo largo de los años no eran dementes, tampoco. Estaba convencido de eso. Y si
estuviera equivocado, si éstos fueran los delirios de lunáticos, necesitaban ser examinadas aún
más estrechamente. Aquello de no mires aquí arriba, estás meando tus zapatos, por ejemplo,
¿era eso humor? ¿O un gruñido de rabia?
Consideró usar el inodoro para librarse del cuaderno, entonces meneó la cabeza. Terminaría de
rodillas, con las mangas de su camisa enrolladas, pescando allí, tratando de recuperar la
maldita cosa. Mientras, el ventilador se agitaba y el fluorescente zumbaba. Y a pesar de que la
inmersión podría borronear algo de la tinta, no borraría todo. No lo suficiente. Además, el
cuaderno había estado mucho tiempo con él, viajando en su bolsillo, a través de tantos llanos
y millas vacías del medio oeste. Detestó la idea de arrojarlo al inodoro y tirar de la cadena.
¿La última página, entonces? Ciertamente una página, arrugada, bajaría.
Pero eso dejaría el resto para que ellos (siempre había un ellos) lo descubrieran, toda la clara
evidencia de una mente enferma. Ellos dirían, "Afortunadamente, no decidió visitar un patio de
recreo escolar con un AK-47. Tomando un grupo de chiquillos con él." Y esto seguiría a Maura
como una lata de estaño atada a la cola de un perro. "¿Oíste hablar de su marido?" Se
preguntarían unos a otros en el supermercado. "Se mató en un motel. Dejó un libro lleno de
cosas dementes. Afortunadamente, no la mató a ella". Bien, podría permitirse el lujo de ser un
poco duro respecto a eso. Maura estaba ya grandecita, después de todo. Carlene, por otro
lado... Carlene estaba...
Alfie miró su reloj. En el juego colegial de básquetbol que era donde Carlene se encontraba
ahora mismo. Sus compañeras de equipo dirían la mayoría de las mismas cosas que las
señoras del supermercado dirían, sólo que al oído y acompañado por esas risitas escalofriantes
de colegialas de séptimo grado. Los ojos llenos de alegría y horror. ¿Eso era justo? No, por
supuesto que no, pero no había nada justo en lo que le había pasado a él, tampoco. A veces
cuando estabas cruzando a lo largo de la carretera, veías grandes rizos de caucho que se
habían desenrollado de los neumáticos de recambio que alguno de los independientes
camioneros usara. Así era como él se sentía ahora: como trozos arrojados. Las píldoras lo
empeoraron. Ellas aclaraban tu mente sólo lo suficiente para que vieras el colosal aprieto en el
que estabas.
"Pero no estoy loco" dijo. "Eso no me hace demente." No. Loco podría ser mejor de hecho.
Alfie recogió el cuaderno, lo cerró tal como había cerrado el cilindro dentro de su .38, y se
sentó allí dándose golpecitos contra su pierna. Esto era absurdo.
Absurdo o no, lo fastidió. De la misma manera en que pensar en que una hornilla de la estufa
todavía podría estar encendida, a veces lo fastidiaba cuando estaba en casa, lo fastidiaba
hasta que se levantaba finalmente y lo verificaba, y la encontraba apagada. Sólo que esto era
peor.
Porque amaba el material de su cuaderno. Acumular graffitis – pensar en graffiti - había sido
su trabajo real en estos últimos años, no vender lectoras de códigos de precios o cenas
congeladas que realmente no eran mucho más que las de Swansons o Freezer Queens en
elegantes platos de microondas. La loca exuberancia de "Helen Keller se folló su leñador!" por
ejemplo. Aún, el cuaderno podría ser realmente comprometedor una vez que él estuviese
muerto. Sería como colgarse accidentalmente en el armario porque estabas experimentando
con una nueva manera de hacerte la paja y se te encontrara de esa manera con los
calzoncillos hasta los pies y mierda en los tobillos. Algunas de las cosas en su cuaderno
podrían mostrarse en el periódico, junto con su foto. Hubo un tiempo en que él se habría
mofado de la idea, pero en estos días, cuando incluso los periódicos del Bible Belt especulaban
rutinariamente sobre un lunar en el pene del Presidente, la noción era difícil de descartar.
¿Quemarlo, entonces? No, activaría el maldito detector de humo.
¿Ponerlo detrás del cuadro en la pared? ¿El cuadro del muchacho pequeño con la caña de
pescar y el sombrero de paja?
Alfie consideró esto, entonces cabeceó despacio. No era una mala idea, en absoluto. El
cuaderno de espiral podría quedarse allí durante años. Entonces, algún día en un futuro
distante, caería hacia fuera. Alguien - quizás un huésped, más probablemente una mucama -
lo recogería, con curiosidad. Hojearía sus páginas. ¿Cómo sería la reacción de esa persona?
¿Sorpresa? ¿Asombro? ¿El viejo rascarse la cabeza por el franco desconcierto? Alfie confiaba
bastante en esta última. Porque las cosas en el cuaderno eran confusas. "Elvis mató a Gran
Coño", alguien en Hackberry, Texas, lo había escrito. "La serenidad está siendo convencional"
alguien en Rapid City, Dakota del Sur, había opinado. Y debajo de eso, alguien había escrito,
"No, estúpido, serenidad = (va)2+b, si v = serenidad, a = satisfacción, y b= compatibilidad
sexual."
Detrás del cuadro, entonces.
Alfie estaba a mitad de camino, cruzando el cuarto, cuando recordó las píldoras en el bolsillo
de su saco. Y había más en la guantera del automóvil, diferentes clases pero para la misma
cosa. Eran drogas prescritas, pero no de la clase que el doctor te daba si estuvieras
sintiéndote... bueno... radiante. Por ende, los policías revisarían este cuarto completamente,
buscando otro tipo de drogas y cuando levantaran el cuadro, separándolo de la pared, el
cuaderno caería en la alfombra verde. Las cosas en él parecerían aún más malas, aún más
dementes, debido al reparo que había puesto para esconderlo.
Y ellos leerían la última anotación como una nota de suicidio, simplemente porque era la
última. No importaba donde dejara el libro, eso pasaría. Tan seguro como que la mierda se
pega al culo de América, como algún poeta de autopista del Este de Texas había escrito alguna
vez.
"Si ellos lo encuentran" dijo, y la respuesta simplemente le llegó.
La nieve había espesado, el viento soplaba aún más fuerte, y las brillantes luces al otro lado
del campo habían desaparecido. Alfie estaba de pie al lado de su automóvil cubierto de nieve al
borde del parque de estacionamiento, con su sobretodo ondulando delante de él. En la granja,
todos estarían ahora mirando la TV. La jodida familia entera. Asumiendo que la antena satelital
no se había volado del tejado del granero, eso era. Allá en casa, su esposa e hija debían de
estar llegando a casa, volviendo del juego de básquetbol de Carlene. Maura y Carlene vivían en
un mundo que tenía poco que ver con las interestatales o con cajas de comida rápida volando
bajo las intersecciones y el sonido de 'semis' pasándote a setenta y ochenta e incluso noventa
millas por hora, como una suerte de efecto Doppler. Él no estaba quejándose de eso (o
esperaba no hacerlo); estaba señalándolo simplemente. "Nadie aquí aún cuando lo haya"
alguien en Chalk Level, Missouri, había escrito en una pared del cagadero, y algunas veces, en
aquellos baños de las áreas de descanso había sangre, principalmente sólo un poco, pero una
vez, él había visto una mugrienta cubeta, bajo un arañado espejo de acero, medio llena con
ella. ¿Lo habría notado alguien? ¿Alguien reportaba semejantes cosas?
En algunas áreas de descanso, el informe del tiempo caía constantemente desde los parlantes
sobre las cabezas, y a Alfie la voz que lo daba le sonaba embrujada, la voz de un fantasma
atravesando las cuerdas vocales de un cadáver. En Candy, Kansas, en la Ruta 283, en el
Condado Ness, alguien había escrito, "Mira, yo estoy de pie en la puerta y golpeo", a lo que
alguien más había agregado "Si tu no eres de la Pudlishers Cleering House vete de aquí chico
malo."
Alfie estaba de pie al borde del pavimento, jadeando un poco, ya que el aire estaba muy frío y
lleno de nieve. En su mano izquierda sostenía el cuaderno de espiral, doblado casi en dos. No
había ninguna necesidad de destruirlo, después de todo.
Simplemente lo tiraría en el campo Este del Granjero John, aquí en el lado oeste de Lincoln. El
viento lo ayudaría. El cuaderno saldría volando por el aire a unos veinte pies, y el viento aún
podría hacerlo dar volteretas, alejándolo más, antes de que finalmente fuese atraído contra un
lado del surco, y fuese cubierto. Quedaría enterrado allí todo el invierno, mucho después de
que su cuerpo hubiese sido enviado a casa. Para la primavera, el Granjero John saldría por
éste camino en su tractor, la cabina llena de la música de Patty Loveless, o George Jones, o
incluso Clint Black quizás, y araría el cuaderno de espiral sin verlo, y éste desaparecería en el
esquema de las cosas. Siempre suponiendo que había uno. "Relájate, es tan solo el ciclo del
desagüe” alguien lo había escrito al lado de un teléfono público en la I-35, no muy lejos de
Cameron, Missouri.
Alfie echó el libro hacia atrás, para arrojarlo, entonces, bajó el brazo. Odiaba dejarlo ir, ésa era
la verdad. Ésa era el punto final sobre el que siempre hablaba todo el mundo. Pero las cosas
estaban mal, ahora. Levantó otra vez el brazo, y entonces, lo bajó de nuevo. En su dolor e
indecisión empezó a llorar sin ser consciente de ello. El viento se resopló a su alrededor,
camino a dondequiera que fuese. No podría seguir viviendo de la manera en que había estado
viviendo, lo sabía demasiado bien. Ni un día más.
Y un tiro en la boca sería más fácil que cualquier cambio de vida, sabía eso, también. Mucho
más fácil que esforzarse en escribir un libro que pocas personas pudiesen leer (si es que había
alguna). Levantó el brazo de nuevo, llevó la mano con el cuaderno hacia atrás, a su oreja,
como un lanzador que se prepara para tirar una bola rápida, entonces, se quedó parado de esa
manera. Se le había ocurrido una idea. Contaría hasta sesenta. Si las brillantes luces de la
granja reaparecían en cualquier momento durante ese conteo, él intentaría escribir el libro.
Para escribir un libro así, pensó, tendrías que empezar hablando sobre cómo medir distancias
en cuentakilómetros de color verde, y del propio grosor de la tierra, y cómo sonaba el viento
cuando salías de tu automóvil en una de aquellas áreas de descanso en Oklahoma o Dakota
del Norte. De cómo éste sonaba casi como palabras. Tendrías que explicar el silencio, y cómo
los baños siempre olían a orina y a los grandes pedos vacíos de viajeros ausente, y de cómo
en ese silencio, las voces en las paredes empezaban a hablar. Las voces de aquellos que
habían escrito y luego se habían marchado. La narración dolería, pero si el viento amainaba y
las brillantes luces de la granja regresaban, él lo haría, de todas formas.
Si no lo hacían, él arrojaría el cuaderno al campo, volvería al cuarto 190 (siguiendo justo a la
izquierda de la máquina de golosinas), y se dispararía, tal como lo había planeado.
De un modo o de otro.
De un modo o de otro.
Alfie estaba de pie allí, contando hasta sesenta dentro de su cabeza, esperando ver si el viento
amainaba.
Me gusta conducir, y soy particularmente adicto a esas largas carreteras
interestatales, donde no ves más que praderas a cada lado y los bloques grises
de hormigón de un área de descanso cada cuarenta millas más o menos. Los
baños del área de descanso siempre están llenos de graffitis, algunos de ellos
sumamente raros. Yo empecé a coleccionar estos mensajes desde ninguna
parte, guardándolos en un cuaderno de bolsillo, bajando otros de Internet (hay
dos o tres sitios web dedicados a ellos), y finalmente encontrando la historia a
la que pertenecían.
Ésta es. No sé si es buena o no, pero me preocupe mucho por el solitario
hombre que la protagoniza y realmente espero que las cosas resultaran bien
para él. En el primer proyecto lo hacían, pero Bill Buford de The New York
Times sugirió un final más ambiguo. Él probablemente tenía razón, pero todos
nosotros podemos rezar una oración por los Alfie Zimmers del mundo.

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